domingo, 17 de julio de 2016

Una opinión sobre los toros que no va a gustar a nadie

Artículo de Rafa G. García de Cosío


A vueltas con los toros. Me dispongo a compartir con ustedes mi opinión sobre los toros, una opinión odiosa porque no place ni a aquellos a favor de las corridas ni a aquellos que están en contra. Es más, les repugna.

Es preciso ser claros desde el principio: hay muchas cosas en la vida que no me gustan, hay otras cosas que no entiendo, y luego están las cosas que ni me gustan ni las entiendo.

Entre las cosas que no me gustan están las pasas, los gimnasios y los asientos entre pasillo y ventanilla de los aviones.

Entre las cosas que no entiendo, está la manía de los alemanes de no dividir las piscinas con corcheras, la afición de los españoles por autodestruirse o la estructura mental del que inventó el puenting.

Pero entre las cosas que ni me gustan ni entiendo, sin ninguna duda está el "arte" del toreo.

Fui una vez en mi vida a los toros, y confieso que lo que más me distrajo fue observar a los espectadores. Una vez empecé a ver sangre, abandoné la plaza.

No entiendo, como digo, nuestra fiesta nacional. Tampoco otros espectáculos que envuelven la muerte de animales, como son las peleas de gallos de Filipinas, que tuve la suerte de ver en directo para no volver jamás. Pero sí he conseguido entender a muchos aficionados.

Hay varios tipos de aficionados a los toros. Me quedo con dos: básicamente, los radicales y los no radicales. Los no radicales disfrutan tanto como los radicales, pero no se creen superiores al no aficionado. El radical se cree superior y en absoluta posesión de la razón mientras arguye argumentos verdaderamente estúpidos a favor de las corridas. El no radical se limita a explicar su amor por este espectáculo, generalmente con alegorías y razonamientos más bien abstractos, pero siempre entendiendo los argumentos del que duda de ello.

Hay dos cosas que uno siempre oye de los aficionados radicales que son para echarse a reir. Una es que los críticos antitaurinos comen hamburguesa, y la otra que sin los toros no habría dehesas, o que los mismos toros (de lidia, puede ser?) se extinguirían.

Ante el primer argumento, cabe objetar que no es lo mismo apalear a un perro que sacrificarlo por cualquier razón (enfermedad, seguridad -caso de Nueva Zelanda, donde no existen los perros callejeros por el peligro que supone para el pájaro kiwi- o higiene). Lo mismo con el toro. "Con la comida no se juega". Ante el segundo, simplemente la obviedad de que favorecer la cría de un toro y asegurarle una vida lo más feliz posible, como con cada animal, son perfectamente compatibles.

Esta opinión mía no significa en absoluto que me alinee con los antitaurinos. En España, el activista antitaurino no opera por un amor incondicional a los animales. Puede que haya algunos que sí lo sean, pero este movimiento tiene un objetivo mucho más ambicioso: es la destrucción de España mediante la eliminación de sus costumbres y tradiciones.

El ejemplo palmario de lo que digo es la prohibición de la tauromaquia en Cataluña desde hace años. Si algo típico en tu región no existe en mi país, soy distinto a ti. Si tu lengua es inferior a la mía y es menospreciada en los medios públicos, no perteneces a mi país. Si hay algo que se hacía con Franco y ahora no, da igual lo que sea, estamos siempre mejor. Esta es la mentalidad del nacionalista español (catalán o vasco) o del sedicente progresista.

Las burlas por la muerte de Victor Barrio son deleznables. Y un síntoma no solo del odio y veneno de los antitaurinos ante este espectáculo, sino también, no lo olvidemos aunque apenas se haya mencionado, de la envidia incurable por unos profesionales que ganan bastante más dinero que la media.

Muerto el toreo, se acabó la rabia? Lo dudo mucho! Luego vendría otra tradición, y ya se encargarían los propagandistas de encontrar otra apelación enrevesada al humanismo para enfrentarse a ella.



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