lunes, 8 de agosto de 2016

El juego de tronos de Susana


Artículo de Antonio Barreda


Cuánto hubiera disfrutado y escrito el noble Plutarco sobre el socialismo sevillano. Sus vidas paralelas incluirían, sin lugar a dudas, a Susana. Como una princesa nació amamantada por el río Anas, acunada en sus brazos por un Pepe Caballos que le cantaba largas y delicadas nanas, como letanías de nombres y de gente. Eran los años de hierro del socialismo sevillano embridado desde Madrid por el primero de los hermanos Guerra. Allí creció antes de ver su foto entre el puño y la rosa. Pero nada es eterno, y menos en los cálidos veranos de Sevilla. Pepote había cambiado de gobierno y había retado a los de Madrid desde su california del sur de Europa. Perdió, como pierden los que tienen la sombra de la derrota dibujada en su triste sonrisa. Y vino Manolo a ocupar su puesto, a pesar de ser el candidato a palos, empezó con él la mal llamada renovación. Palabra que designaba nada más y nada menos que la defenestración de las huestes de Alfonso.

Hay que ser Secretario General y Presidente, había sentenciado entre los bonsáis el tal Felipe. Y Manolo empezó a reunir a los manijeros. Y los Sanchos y los Alatristres de la política socialista andaluza y sevillana despertaron y se acercaron a los cargos y a las sillas. Pero no todo el proceso fue ordenado. Rojas Marcos abrió un día la ventana del Ayuntamiento como alcalde, Yáñez, ni siquiera gritó contra Rojas Marcos ni contra Soledad Becerril, huyó de candidato y alcaldable al jugoso sueldo y al noble cargo de Secretario de Estado y dejó el contrato del ala norte del ayuntamiento a Amparo Rubiales. Ella, que había sido toda una Consejera de Presidencia con Rodríguez de la Borbolla, ahora estaba sola, aguantando todo un derrumbe general antes de que Curro procesionara por la Cartuja. Pero sus ojos también miraban al parlamento de Madrid. Y cogió el recién estrenado AVE para estrenarse de diputada.

No había nadie en Sevilla que destronara el pacto del Ayuntamiento de Sevilla. Y volvió Pepote a vestirse de candidato y a hablar en nombre de los sevillanos y las sevillanas. “La ciudad que quieren las mujeres” escribió impresa sobre una imagen de la Venus de Boticelli. Ya no quedaban huestes de Alfonso en Sevilla para defender la casa y el nombre. Caballos movió los hilos y las cometas, él que sabía el significado de interregno. Y tenía la libreta llena de nombres, de todos los nombres que una vez lo defenestraron como Secretario General. Y empezó lo que algunos bautizaron como la renovación. O al menos, como la depuración de los guerristas. De todos los guerristas. Y llegó Carmen Hermosín, la otra cara de Yáñez, a comandar la Secretaría General de Sevilla. Era el congreso de la espantá de Manuel Copete - conocido luego como el bien pagao - como pontífice del guerrismo y la llegada de la voz de todos los que no tienen voz, de Emilio Carrillo, el turborenovador, el que llevaba una marcha más, el que al final aglutinó los votos del guerrismo y le dio un susto a los manijeros que habían traído a Carmeli.

Las convulsas aguas llegaron en las calendas del 94 hasta el congreso de Manolo el bueno, el bondadoso, el noble. Pero Carrillo le partió ese congreso cuando le retó a la Secretaría General en el Hotel Los Lebreros. Pero sin delegados en el partido no eres nada. Y la nada lo envolvió hasta su resurrección. Pero antes, Emilio, se olvidó de sus huestes y su gente. Se olvidó de todos los nombres de los que lo apoyaron y de las largas tardes buscando apoyos. Allí Manolo se hizo Manolo. Ya había cumplido el mandato de su señor. Presidente y Secretario del Partido. Ahora tocaba el aldabón de aviso a los restos de la hornada guerrista. Ya no eran nadie. Ya no debían ser nadie. Y Caballos se vistió de verdugo.

Y en esto se inventaron las primarias en el PSOE de Sevilla. Pepote veía otra vez al caballo de la defenestración cabalgar desbocado, y enfrente se colocó el triste de Alfredo, el hombre que no sabía sonreír desde el balcón de la Diputación. Alfredo tenía a Fran entre los suyos. Y detrás de Fran estaba, como no, Caballos. La agrupación Este empezó a hacerse grande. Colocó a Guillermo como consejero de Trabajo antes que a la roca de Viera. Y colocó a los suyos de diputados autonómicos. Fue cuando preparó a unos de los famosos cuñados, Luis Navarrete, desde las balconadas de las Cinco Yagas. Este miraba ya nervioso el reloj y el BOP desde su concejalía de Camas, la misma que le llevaría a la diputación. En medio Pepote y Alfredo se enfangaron en la campaña. Tanto que la lucha llegó a San Telmo donde Manolo el bondadoso, el generoso, los llamó a capítulo. Nunca antes dos candidatos socialistas se habían descalificado tanto en público y mandó parar aquella sangría innecesaria.

El resabiado político de Borbolla había apoyado a Borrell frente a Almunia. Había sorbido de la gota jacobina que recorre su partido. Ya se sabía abandonado por todos los que estaban en los despachos de la calle Luis Montoto, la sede provincial del PSOE. Pero presentó batalla fuera de lo orgánico. Y qué batalla. Abrió el partido en dos. Alfredo se subió a lo orgánico y lo inorgánico. Consiguió el apoyo de 9 de las 10 agrupaciones y llamó a todos con sus frases: Y voy de ida. Yo represento aire fresco. Otra generación de políticos. Ganó lo orgánico frente a lo jacobino. Muchas nóminas dependían de ello. Y la olla debe estar siempre llena. ¿Quiénes somos los que hemos ganado? Preguntaban muchos después de los recuentos.

En las municipales ganó por unas décimas Soledad, pero el PA ya la había abandonado y se había echado en manos de Monteseirín para lo bueno y para lo malo. Para lo malo porque aquello acabó siendo el cementerio del andalucismo, la desaparición de todo un partido de una tacada. Nota para navegantes. Pero la historia del socialismo sevillano aquí se paró y recuperó a Susana. Que del carnet de juventudes pasó a la lista de concejales. Y hela aquí que llegó con su cara aniñada a jurar la constitución y estar en la silla de la concejalía de Juventud y empleo. Luego un segundo mandato ya en recursos humanos. Aquí tuvo un encontronazo con los de la UGT del Ayuntamiento cuando el muy repetido Tirado y los suyos desde la FSP intentaron defenestrar a aquellos desde los despachos. Pero esta es ya otra larguísima e innecesaria historia.

En medio llegó 2002 y se casó con el que ella denominó “tieso”. Pero a mí, y a muchos como yo, me parece que este título es una terrible afrenta injusta e innecesaria a todos los mileuristas y seicicentos euristas que viven y trabajan dignamente en Andalucía. Es un insulto descarado a la masa de asalariados que viven en Andalucía. El tic clasista le salió a borbotones a Susana Díaz en la Comisión de formación del Parlamento de Andalucía sin que nadie de los que allí estaban reparara en ello. Nadie. ¿Es esto otro símbolo de lo alejado que están los parlamentarios de la sociedad y de sus votantes? Muchos de esos tiesos mileuristas votan y les votan. Y allí nadie salió a defender la dignidad de estos trabajadores. Los tiesos se quedaron solos en las bancadas del Parlamento. Pero ese tic clasista no pasó inadvertido para los trabajadores y trabajadoras andaluzas. Ellos, todos ellos fueron tachados y señalados por toda una presidenta de la Junta con el estigma de “tiesos”. Y los tiesos, esos tiesos que al parecer nadie quiere - menos ella que se casó con uno - también votan.

Con el hilo entre los dedos de la historia, cuentan que Caballos la mandó a Madrid para quitársela de encima. Parlamentaria y hasta senadora. Cuentan que es ella ahora la que le tomó la matrícula a Caballos, el justiciero, y la que guardó la libreta de nombres, de todos los nombres en la mesita de noche. Porque Caballos perdió cuando se presentó contra Viera, su otrora hombre. Pero la política socialista sevillana no conoce ya de amistades ni de antiguos pactos de sangre. El que tenía los bolsillos de cristal estaba ya solo. Muy solo. La defenestración tomó cuerpo de nuevo cuando apareció su nombre ligado a Bono en el Congreso que terminó ganando Zapatero. Broncas que terminaron con su cabeza de nuevo en un cesto.

Mientras, Susana callaba y escalaba. Llegó a la Secretaría de Organización del PSOE de Sevilla en 2004 con arneses y picos de escaladas. Aprendió la política de salón en Triana y ahora aprendía a lidiar en plazas de primera. Sin cabezas en el PSOE de Sevilla ya que tras las elecciones de 2007 se urdía la bronca que terminaría echando del sillón a Monteseirín, tomó cuerpo toda la ambición que llevaba dentro. Y empezó a maniobrar para colocar a sus peones, primero contra Viera y luego en San Telmo. Tomó por incomparecencia el sillón de la Secretaría General de Sevilla, y luego José Antonio, el que quería ser llamado Pepe, se fijó en ella para su partido en Andalucía. Toda una tanda de políticos de provincias desembarcó en la calle San Vicente.  José Antonio entendió que la generación de la foto de la tortilla había pasado a los libros de historia, y que ahí debían quedarse ya. Y la nombró Consejera de Presidencia. El monstruo de los ERE llegó en forma de despido de Griñán en agosto de 2013 y la línea sucesoria ya había designado a Susana como presidenta. A partir de aquí las unanimidades a la búlgara fueron el sello del partido en Andalucía. Nadie se movía ya de la foto. Nadie hablaba ya de más. Nadie ponía ya en duda el poder que acumulaba. Hasta el bueno de Manolo le dijo a José Antonio: “Quillo, esta no ha matado”.


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1 comentario:

  1. Por fin tenemos un cronista de la intrahistoria del PSOEA. Este artículo, despiezado y luego desarrollando cada una de las piezas, da para una serie de novelas dignas de la picaresca

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