domingo, 18 de septiembre de 2016

En el país de la mala leche


Artículo de Rafa G. García de Cosío


En algún capítulo de los Simpsons, Marge va conduciendo su coche y lanza una reflexión al aire riéndose, para luego preguntarse cómo no se le ocurren esas cosas tan ingeniosas cuando la gente está delante. A mí me ocurre algo parecido, pero cuando son los gilipollas los que están delante. Perdonen la mala hostia, pero soy español.

Y eso que mi novia, una alemana que es la persona más calmada y bienhumorada que conozco, me ha contagiado poco a poco hasta relajarme hasta niveles nunca vistos. Pero resulta que estuve el fin de semana pasado en Madrid, la gran jungla ibérica, y pasó lo que pasó.

Lunes por la mañana, control de metales en la T4 del aeropuerto de Madrid. Una guardia de seguridad rubia de bote, una belenesteban por lo que voy a contarles, hace un gesto con la cabeza para que el sufrido pasajero pase por debajo del arco. Un servidor pasa desposeído de todos sus objetos metálicos, vamos, que por no tener, a esas horas no tengo ni desayuno en el estómago.

Pero el arco pita. Y la mujer, sin mirarme, suelta un bufido largo precedido por un "buenooooo". Atónito, la miro y, con ese buen humor con el que intento en vano esquivar a los tontos, le digo sonriendo: "esta máquina está mal, mire", y apunto a mi cintura sin cinturón.

Pero la muy imbécil, que sigue mirando al horizonte de las escaleras mecánicas, asiente con la cabeza lentamente, como hacen las madres cuando las molestan mientras se hacen las uñas.

Fue esperando en la puerta de embarque cuando pensé en algo mucho más inteligente, y, por tanto, más mordaz. Algo así como "si no le gusta su trabajo, qué hace aquí?", o por lo menos algo más suave, tipo "estamos de lunes, eh?". Cosas que no se me ocurrieron porque, entre las grandes virtudes (o defectos) que tengo, se encuentra la de no ser cruel con las personas que tienen un mal día.

Lo de la noche anterior, el domingo por la noche, fue mucho más alucinante. Aún en la jungla madrileña (no los culpo de madrileños, sino acaso de capitalinos, ya que países como Francia tienen los mismos problemas), cenando en la zona de O'Donnell, un hombre con camisa y mochila y la mirada fija en mí cruzó la calle en dirección a mi mesa mientras yo me metía un montadito y apretaba con los dedos índice para que no rebosara la tortilla de patatas. Con voz muy baja y de pena me pedía dinero, y tras mi segundo NO (Pedro Sánchez no lo habría hecho mejor), el pedigüeño cambió de estrategia y dijo "mira, si te acepto incluso comida". Entonces, sin dudarlo, le ofrecí mi montadito sin acabar, ante lo cual esos ojos de corderito desnutrido se transformaron en los ojos del vividor carpetovetónico de lo ajeno por excelencia, y escupió, mientras se giraba a otra mesa: "a mi qué coño me vas a dar este bocadillo". Ya saben, la emergencia social que denuncia Podemos.

Si alguna vez vuelven a darles datos de pobreza en España, recuerden estas dos historias! En realidad solo una: la del hombre hambriento que rechazaba la comida o, quizá, un trabajo de guardia de seguridad, con lo malo que es trabajar, y encima hacerlo de pie.

Perdonen de nuevo la mala hostia. Soy español!


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