domingo, 16 de octubre de 2016

Juan Ramón Rallo y las espinacas


Artículo de Rafa G. García de Cosío

No cabe duda de que Juan Ramón Rallo es un economista brillante. Y no sólo su competencia, valentía y capacidad de comunicar son admirables: también la capacidad de haber encantado, en el sentido mágico del término, a los dirigentes de La Sexta para poder exponer con tanta frecuencia los postulados liberales aparentemente demonizados en esta cadena.

Juan Ramón Rallo es una persona interesante porque parece como si toda su vida girara en torno a la economía, e incluso se fuera a la cama con su traje y corbata. En realidad, no está nada mal. Por fin un tertuliano en España que no se atreve a hablar de absolutamente todo. Sin embargo, hay veces que sí habla de temas no necesariamente relacionados con la economía (por ejemplo, la inmigración), aunque siempre y sin excepción, cualquier cosa de la que hable termine desembocando en el liberalismo económico y sus ventajas. 

Esta semana, con motivo de la Fiesta Nacional del 12 de octubre, Juan Ramón Rallo ha ido demasiado lejos. En las entradas de Facebook que les muestro a continuación, puso en cuestión la nación española (y cualquier otra nación existente o nacionalismo) para armarse en sus argumentos contra su mayor enemigo: el Estado como ente confiscatorio.



Como ven, en sus comentarios, Rallo deslegitimaba la existencia de cualquier nación porque, según el economista, la pertenencia a tal grupo tan sólo es 'accidental'. Al hacer esto, Rallo desprecia diversas consideraciones.

La primera, que si bien no podemos estar orgullosos de haber descubierto América (esto es cierto: los españoles de hoy no hemos colonizado América como tampoco los alemanes de hoy han gaseado a ningún judío) al menos sí deberíamos poder celebrar que lo hayan hecho nuestros tatarabuelos; es más, deberíamos poder celebrar que hace 500 años esos marineros (sobre todo andaluces y vascos) lograran extender el uso de una lengua que hoy es la segunda más importante del mundo, por mencionar solo un hito cultural. De lo contrario, Rallo estaría sentando un precedente para que nuestros hijos no pudieran celebrar no ya el ascenso de un padre: tampoco su cumpleaños. Total, el que nace es él, no yo.

La segunda, que cuando Rallo ataca el concepto de nación, está enfrentándose a otra forma de contrato de los que él defiende: el de asociación. Pues no hay que remontarse al grito de Argüelles (españoles, ya tenéis patria!) de 1812, sino a la relativamente reciente Constitución de 1978 (defectuosa, sin duda, pero en vigor) para entender que España es una nación porque así lo establece el marco de la Carta Magna.

Por último, si Rallo persistiera en negar la existencia de un concepto tan polémico como el de nación, no solo estaría enfrentándose a todo un mundo que lo utiliza con total naturalidad en otros países (Francia, Alemania, Estados Unidos, etc), sino que daría vía libre a que un país distópico con 46 millones de naciones, en vez de habitantes, lo tuviera verdaderamente difícil para entenderse, aunque al final lo lograrían, pues las naciones de hoy no son sino herencias de las tribus de ayer. No obstante, cómo llegaría Rallo a los platós de la Sexta si de su casa a los estudios de la cadena la carretera fuera continuamente cortada para pasar por 30 o 40 aduanas y peajes distintos, cada uno de ellos operado por una nación distinta?

Miren, yo comparto la mayoría de las explicaciones de Rallo. Creo en un liberalismo moderado y rechazo los Estados que se empeñan en adueñarse de aerolíneas, hoteles y otras industrias. Pero abusar del liberalismo y llevarlo hasta el final es peligroso. A mí me encantan las espinacas. Pero procuro no abusar de ellas. El ácido oxálico que poseen puede causar problemas porque reduce el calcio en la sangre y posibilita la aparición de piedras en el riñón. Disfrute de las espinacas y el liberalismo con moderación.


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