miércoles, 23 de noviembre de 2016

Envolverse en la bandera


Artículo de Luis Marín Sicilia


El victimismo en Andalucía es tan socorrido y antiguo como esa obsesión de sus dirigentes, y en general de su clase política, para tapar sus enormes deficiencias gestoras”

La fácil demagogia de la ofensa a los andaluces esta ya muy trillada y bien haría Susana Díaz en buscar más rigor en sus argumentos, máxime cuando aspira a liderar una opción de gobierno de la nación española”

Mimetizarse con quienes quieren fragmentar España, pretendiendo definirse errónea y falsamente como lo que nunca fueron es, además de infantil y ridículo, dar cuerda al secesionismo más egoísta e insolidario”


El pasado 17 de Noviembre la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, en debate parlamentario, contestaba al portavoz socialista Gabilondo sustancialmente lo siguiente: “Usted me acusa de cobrar pocos impuestos a los madrileños. Pues con esos pocos atendemos las necesidades y nos sobra para solidariamente hacer posible la atención y la educación de otros como los andaluces, a quienes ustedes fríen a impuestos”.

A partir de ahí, "la mundial". La presidenta andaluza, Susana Díaz, acusó a Cifuentes de "patriotismo de boutique" y de envolverse "en el paraguas de la bandera de España y luego hace un discurso que va contra España y contra la igualdad de los ciudadanos", generalizando con su partido en Andalucía, "al que le sale el clasismo y el desdén con el que miran a Andalucía".

Naturalmente, Cifuentes no se mordió la lengua, escaldada como tantos con esa maquiavélica división entre buenos y malos, espetando que "Susana Díaz es una maestra en inflar artificialmente polémicas y utilizar el victimismo para tener protagonismo. Lo que esta haciendo es cubrir su mala gestión de los recursos públicos en Andalucía".

El victimismo en Andalucía es tan socorrido y antiguo como esa obsesión de sus dirigentes, y en general de su clase política, para tapar sus enormes deficiencias gestoras, cuando no los casos escandalosos que han protagonizado. Basta con recordar la conferencia de la juez Alaya en sede universitaria el pasado mes de mayo, en la que decía que "se ha permitido que la corrupción exista, teniendo conocimiento de ello mucha gente con responsabilidades". O lo manifestado por un "funcionario protegido" en la Comisión parlamentaria sobre cursos de formación, poniendo de manifiesto las irregularidades, la falta de medios, los certificados falsos, los cursos fantasmas nunca impartidos o las empresas sin actividad, nacidas solo para cobrar.

¿Es, como dice Cifuentes, nefasta la gestión del socialismo en Andalucía? ¿Los datos demuestran que, pese a las ingentes cantidades recibidas de los fondos europeos y nacionales de solidaridad, Andalucía sigue en el furgón de cola de las regiones europeas? Esta es la cuestión que debe plantearse, y olvidarse de recurrir a la teórica dignidad herida de los andaluces, que bastante tienen con soportar la mala gestión de sus dirigentes.

Treinta y cinco años de gobierno monocolor socialista acreditan la deficiente gestión, más acusada con motivo de la crisis ya que, lejos de aplicarse a reducir organismos prescindibles que dan cobertura al vergonzoso enchufismo regional, la Junta lo que ha hecho, para seguir alimentando el abrevadero, es incrementar la presión fiscal, tanto en los impuestos cedidos como en el tramo autonómico del IRPF, ahuyentando cualquier intento inversor, debido al carácter disuasorio que la presión fiscal tiene en la generación de riqueza y empleo.

No es casual el hecho de que las dos comunidades que menos entes y organismos han reducido desde el estallido de la crisis sean Cataluña y Andalucía. En ambas se mantienen prebendas y sinecuras, vulgo enchufes, bien para sostener el proceso independentista o bien para mantener el voto cautivo, esa red clientelar sostenida gracias a lo que Paco Rossell bautizó como "socialización de la corrupción". Alrededor de 325 organismos siguen prestando impagables servicios al llamado "régimen andaluz" mientras se plantean fusiones de hospitales y limitaciones de plazas a facultativos y se encumbran a puestos directivos a políticos serviles.

La llamada "corrupción institucional" ha sido un hecho en Andalucía, donde las múltiples denuncias, los avisos de los interventores sobre procedimientos irregulares y las exenciones de justificar gastos y ayudas concedidos arbitrariamente para mantener la clientela estaban a la orden del día y son objeto de investigación judicial. Algo de razón debía de tener Cifuentes cuando, cansados de los recortes y de las carencias asistenciales del precario sistema sanitario andaluz, los ciudadanos han paralizado los procesos de fusiones hospitalarias promovidos por el SAS.

Lo que resulta cierto es que, desde la misma gestación de nuestra autonomía, Andalucía ha sido el escudo utilizado sin pudor para defender situaciones personales y, envolviéndose en su enseña, utilizar a los andaluces, en su teórica dignidad herida, para defender su estatus de poder. Así fue cómo los socialistas supieron aprovechar un error de enfoque estratégico de UCD para dinamitar al partido centrista. Así es como Escuredo supo apropiarse, gracias al enorme aparato propagandístico de la Junta, de los símbolos andalucistas del PSA, luego PA, hasta engullirlo y hacerlo desaparecer. Así es como se ha conducido la Junta respecto al Gobierno de la nación: servil y sumisa si era de su mismo signo, y de abierta y sistemática oposición si era de UCD o del PP.

La fácil demagogia de la ofensa a los andaluces esta ya muy trillada y bien haría Susana Díaz en buscar más rigor en sus argumentos, máxime cuando aspira a liderar una opción de gobierno de la nación española. El fondo de la cuestión suscitada con Cifuentes se limita a una interrogante: ¿Subir los impuestos garantiza mayor y mejor estado de bienestar? ¿Por qué entonces donde los bajan tienen remanente para solidarizarse con otras regiones, y donde los suben necesitan la ayuda de otros para mantenerlos? Ese fue, ni más ni menos, el sentido del debate sacado de contexto entre Cifuentes y Gabilondo.

Todo ello debe hacernos reflexionar sobre esa pretensión de los líderes regionales empeñados en envolverse en su bandera para tapar sus limitaciones. La gente de la calle empieza a llamarlos "aprovechados", por esa obsesión muy suya de azuzar sentimientos primarios y frentistas. Algunos exmilitantes de diversos partidos de izquierda y los propios podemitas andaluces parecen querer competir para alentar y potenciar un sentimiento nacionalista/victimista como único refugio de una falsa ideología. Algunos de estos personajes son y han sido perceptores amplios de los pesebreros del régimen, pero quieren seguir exprimiendo las ubres de ese mostrenco andalucismo, para seguir comiendo de los incautos que se creen tamaños dislates.

Lo cierto es que nunca Andalucía ha sido sujeto soberano, ni es ni ha sido nunca un sujeto político que permita llamarse nación, más allá de ese gran descubrimiento de la líder podemita andaluza que vincula la nación al "nacimiento", lo que supone una sorprendente teoría política tan débil como festivalera.

Andalucía como tal, ni ha tenido soberanía propia ni nada más allá de estos intentos pintorescos propios de charlatanes de feria. Mimetizarse con quienes quieren fragmentar España, pretendiendo definirse errónea y falsamente como lo que nunca fueron es, además de infantil y ridículo, dar cuerda al secesionismo más egoísta e insolidario.



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