domingo, 21 de junio de 2015

El ocaso de los dioses que sustentan el bisindicalismo


UGT y CCOO sufren una hemorragia de representatividad que, al igual que PSOE y PP en el ámbito político, denota el ocaso del dúo sindical que ha manejado el cotarro laboral desde 1978. No obstante, en un intento desesperado por mantener el “régimen sindical” acordado en la Transición, tanto la derecha oficial, desde el gobierno de la nación, como la izquierda institucional, desde su feudo infranqueable andaluz, se han apresurado a firmar o anunciar nuevos pactos que garanticen la paz social en los próximos años.
 
¡Acabáramos! Tanta movidita callejera, tanta amenaza verbal del dúo ‘’Toxo y Moxo’’, tanta parafernalia de huelga general y 1º de mayo fracasados para concluir la legislatura del gobierno de Mariano Rajoy e iniciar la de Susana Díaz con el tradicional contubernio -al que juega como amiguitos inseparables la tercera pata del clásico entramado, la gran patronal-. Perpetuarán así los nuevos acuerdos de concertación social y de negociación colectiva la subordinación indeleble de los interlocutores sindicales al poder político. Y ello a cambio de la pasta, el único interés que anda en liza, convertido en instrumento para obtener el objetivo último de desactivar cualquier intento de conato insurrectivo en el mundo laboral.

Desde finales de 2014 y durante todo el año 2015 se celebran elecciones sindicales en España. Al final del proceso, el panorama sindical español habrá cambiado de color, como está ocurriendo con el mapa político. Sin embargo, a la vista del desarrollo y resultados del proceso, los cambios no serán tan drásticos como cabría esperar, dadas las circunstancias laborales y sociales que sufrimos a consecuencia de la crisis económica que arrastramos desde 2008.

Los dos monstruos sindicales españoles habrán perdido en el transcurso del duro camino de ocho años de crisis en torno a 500.000 afiliados. No obstante, las mastodónticas estructuras organizativas que los sustentan, la opulenta financiación pública que siguen recibiendo desde todas las instancias y la escasa cultura sindical, que se han encargado de extender por todo el país en tres décadas de duopolio, permitirá que la caída de los dioses de barro no sea definitiva.

El régimen sindical surgido de la Transición

Existe un “régimen sindical” –en palabras del economista Alberto Montero- “en la medida en que de la Transición salen unas estructuras sindicales determinadas, con una determinada forma de sindicalización, de financiación y una estrecha vinculación con los dos partidos que se suponía que defendían a la clase trabajadora”.


En mi opinión, el declive del bipartidismo debería llevar, inexorablemente, al declive del bisindicalismo. Porque, el bisindicalismo ha supuesto al mundo del trabajo lo que el bipartidismo al de la política -corrupción, nepotismo y degeneración del propio sistema que los sustentan-.

Al igual que durante la Transición el legislador se aseguró de que sólo dos grandes partidos tuvieran opciones reales de dirigir el gobierno de este país, la Ley Orgánica 11/1985, de 2 de Agosto, de Libertad Sindical, introdujo un sistema de representación a favor de dos sindicatos (CC.OO. y UGT).

Los privilegios se han dado tanto en el ámbito de la participación institucional como en la negociación colectiva, la promoción electoral y las posibilidades de financiación. Todo ello, en detrimento de otras organizaciones sindicales que, 30 años después, siguen teniendo vetadas sus posibilidades reales de representación de los trabajadores. Y, aún así, prosperan y están consiguiendo hacerse huecos en este coto privado de caza mayor.

CCOO y UGT han sido colaboradores necesarios en el desmantelamiento del movimiento obrero en España. Traición tras traición, son los artífices del debilitamiento y desprestigio del sindicalismo. Su implicación en escándalos de corrupción y de mal uso de los fondos públicos que reciben, así como la falta de transparencia en sus cuentas, la nefasta gestión de sus horas de liberación y su connivencia demostrada con la patronal, a la hora de extraer réditos materiales de la desgracia de los trabajadores, les han colocado en la diana de la crítica colectiva. El caso de los EREs fraudulentos de Andalucía es el más flagrante de cuantos se pudieran referir. Pero sólo es un escándalo de cientos.


En suma, los sindicatos mayoritarios se han corrompido en la medida y proporción que han recibido dinero del Estado o de las empresas para, en último término, firmar lo que se les ponía por delante. En el ERE de Bankia aceptaron el soborno de la empresa en forma de donaciones, préstamos a la Sareb, tarjetas Black, etc.

Gracias al apoyo institucional, aguantan la embestida de la crisis.

La pérdida de confianza, traducida en reducción de votos, está siendo, por tanto, una constante en este año electoral. Y ello, a pesar de jugar con las cartas marcadas y, por tanto, con todas las ventajas. Ejemplos de este declive en la empresa privada los encontramos en Coca Cola, Cuétara, Adif, TALGO, Atresmedia, Heineken, Flex, Michelin, Nestlé, etc.


Ejemplos en la Administración Pública los tenemos en la Junta de Andalucía, donde el Sindicato Andaluz de Funcionarios –SAF- ha revalidado su liderazgo, junto a fuerzas sectoriales como SATSE, Cemsatse, Ustea, y otras como USO, APIA, ISA, CGT y CNT, que enarbolan la bandera de la independencia y la autofinanciación como su mayor reclamo.

En la Administración General del Estado y en Justicia el gran beneficiario ha sido la Central Sindical Independiente de Funcionarios –CSIF-, que se sitúa por primera vez a la cabeza de la representación sindical en el conjunto de los empleados públicos. En Andalucía, el desplome es aún mayor: UGT pasa de 26% que logró en las elecciones de 2011 a un 15% y CCOO del 22% a 14%. Una caída que beneficia a CSIF, que logra un 30% frente al 26% que obtuvo hace cuatro años. En Cataluña, el apoyo de UGT y CCOO al proceso soberanista ha podido influir en la pérdida de representatividad de ambos sindicatos. Así, CCOO se deja en el camino casi 13 puntos (de un 34,5% pasa a un 21,7%) y UGT, tres (del 20% al 17%).

Podríamos decir, no obstante, a favor de UGT y CCOO que resisten la embestida de la crisis, tras haber dado cobertura a las reformas más duras de los últimos años, gracias al apoyo institucional que reciben, a través de la financiación pública, y que mantiene sus privilegios.




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