Artículo de Luis Marín Sicilia
“El victimismo en Andalucía es tan socorrido y antiguo como esa obsesión
de sus dirigentes, y en general de su clase política, para tapar sus enormes
deficiencias gestoras”
“La fácil demagogia de la ofensa a los andaluces esta ya muy trillada y
bien haría Susana Díaz en buscar más rigor en sus argumentos, máxime cuando
aspira a liderar una opción de gobierno de la nación española”
“Mimetizarse con quienes quieren fragmentar España, pretendiendo
definirse errónea y falsamente como lo que nunca fueron es, además de infantil
y ridículo, dar cuerda al secesionismo más egoísta e insolidario”
El pasado 17 de
Noviembre la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, en
debate parlamentario, contestaba al portavoz socialista Gabilondo
sustancialmente lo siguiente: “Usted me acusa de cobrar pocos impuestos a los
madrileños. Pues con esos pocos atendemos las necesidades y nos sobra para
solidariamente hacer posible la atención y la educación de otros como los
andaluces, a quienes ustedes fríen a impuestos”.
A partir de ahí, "la mundial". La presidenta andaluza, Susana Díaz,
acusó a Cifuentes de "patriotismo de boutique" y de envolverse "en
el paraguas de la bandera de España y luego hace un discurso que va contra
España y contra la igualdad de los ciudadanos", generalizando con su
partido en Andalucía, "al que le sale el clasismo y el desdén con el que
miran a Andalucía".
Naturalmente, Cifuentes no se mordió la lengua, escaldada como tantos con esa
maquiavélica división entre buenos y malos, espetando que
"Susana Díaz es una maestra en inflar artificialmente polémicas y utilizar
el victimismo para tener protagonismo. Lo que esta haciendo es cubrir su mala
gestión de los recursos públicos en Andalucía".
El victimismo en Andalucía es tan socorrido y antiguo como esa obsesión de sus
dirigentes, y en general de su clase política, para tapar sus enormes
deficiencias gestoras, cuando no los casos escandalosos que han protagonizado.
Basta con recordar la conferencia de la juez Alaya en sede universitaria el
pasado mes de mayo, en la que decía que "se ha permitido que la corrupción
exista, teniendo conocimiento de ello mucha gente con responsabilidades".
O lo manifestado por un "funcionario protegido" en la Comisión
parlamentaria sobre cursos de formación, poniendo de manifiesto las
irregularidades, la falta de medios, los certificados falsos, los cursos
fantasmas nunca impartidos o las empresas sin actividad, nacidas solo para
cobrar.
¿Es, como dice Cifuentes, nefasta la gestión del socialismo en Andalucía? ¿Los
datos demuestran que, pese a las ingentes cantidades recibidas de los fondos
europeos y nacionales de solidaridad, Andalucía sigue en el furgón de cola de
las regiones europeas? Esta es la cuestión que debe plantearse, y olvidarse de
recurrir a la teórica dignidad herida de los andaluces, que bastante tienen con
soportar la mala gestión de sus dirigentes.
Treinta y cinco años de gobierno monocolor socialista acreditan la deficiente
gestión, más acusada con motivo de la crisis ya que, lejos de aplicarse a
reducir organismos prescindibles que dan cobertura al vergonzoso enchufismo
regional, la Junta lo que ha hecho, para seguir alimentando el abrevadero, es
incrementar la presión fiscal, tanto en los impuestos cedidos como en el tramo
autonómico del IRPF, ahuyentando cualquier intento inversor, debido al carácter
disuasorio que la presión fiscal tiene en la generación de riqueza y empleo.
No es casual el hecho de que las dos comunidades que menos entes y organismos
han reducido desde el estallido de la crisis sean Cataluña y Andalucía. En
ambas se mantienen prebendas y sinecuras, vulgo enchufes, bien para sostener el
proceso independentista o bien para mantener el voto cautivo, esa red
clientelar sostenida gracias a lo que Paco Rossell bautizó como
"socialización de la corrupción". Alrededor de 325 organismos siguen
prestando impagables servicios al llamado "régimen andaluz" mientras
se plantean fusiones de hospitales y limitaciones de plazas a facultativos y se
encumbran a puestos directivos a políticos serviles.
La llamada "corrupción institucional" ha sido un hecho en Andalucía,
donde las múltiples denuncias, los avisos de los interventores sobre
procedimientos irregulares y las exenciones de justificar gastos y ayudas
concedidos arbitrariamente para mantener la clientela estaban a la orden del
día y son objeto de investigación judicial. Algo de razón debía de tener
Cifuentes cuando, cansados de los recortes y de las carencias asistenciales del
precario sistema sanitario andaluz, los ciudadanos han paralizado los procesos
de fusiones hospitalarias promovidos por el SAS.
Lo que resulta cierto es que, desde la misma gestación de nuestra autonomía, Andalucía
ha sido el escudo utilizado sin pudor para defender situaciones personales y, envolviéndose
en su enseña, utilizar a los andaluces, en su teórica dignidad herida, para
defender su estatus de poder. Así fue cómo los socialistas supieron aprovechar
un error de enfoque estratégico de UCD para dinamitar al partido centrista. Así
es como Escuredo supo apropiarse, gracias al enorme aparato propagandístico de
la Junta, de los símbolos andalucistas del PSA, luego PA, hasta engullirlo y
hacerlo desaparecer. Así es como se ha conducido la Junta respecto al Gobierno
de la nación: servil y sumisa si era de su mismo signo, y de abierta y
sistemática oposición si era de UCD o del PP.
La fácil demagogia de la ofensa a los andaluces esta ya muy trillada y bien
haría Susana Díaz en buscar más rigor en sus argumentos, máxime cuando aspira a
liderar una opción de gobierno de la nación española. El fondo de la cuestión
suscitada con Cifuentes se limita a una interrogante: ¿Subir los impuestos
garantiza mayor y mejor estado de bienestar? ¿Por qué entonces donde los bajan
tienen remanente para solidarizarse con otras regiones, y donde los suben
necesitan la ayuda de otros para mantenerlos? Ese fue, ni más ni menos, el
sentido del debate sacado de contexto entre Cifuentes y Gabilondo.
Todo ello debe hacernos reflexionar sobre esa pretensión de los líderes
regionales empeñados en envolverse en su bandera para tapar sus limitaciones.
La gente de la calle empieza a llamarlos "aprovechados", por esa
obsesión muy suya de azuzar sentimientos primarios y frentistas. Algunos
exmilitantes de diversos partidos de izquierda y los propios podemitas
andaluces parecen querer competir para alentar y potenciar un sentimiento
nacionalista/victimista como único refugio de una falsa ideología. Algunos de
estos personajes son y han sido perceptores amplios de los pesebreros del
régimen, pero quieren seguir exprimiendo las ubres de ese mostrenco
andalucismo, para seguir comiendo de los incautos que se creen tamaños
dislates.
Lo cierto es que nunca Andalucía ha sido sujeto soberano, ni es ni ha sido
nunca un sujeto político que permita llamarse nación, más allá de ese gran
descubrimiento de la líder podemita andaluza que vincula la nación al
"nacimiento", lo que supone una sorprendente teoría política tan
débil como festivalera.
Andalucía como tal, ni ha tenido soberanía propia ni nada más allá de estos
intentos pintorescos propios de charlatanes de feria. Mimetizarse con quienes
quieren fragmentar España, pretendiendo definirse errónea y falsamente como lo
que nunca fueron es, además de infantil y ridículo, dar cuerda al secesionismo
más egoísta e insolidario.
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